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Cuando las redes sociales se convierten en el estercolero de nuestras opiniones

Tiempo de lectura: 3 minutos

Lamentablemente, parece que nos hayamos acostumbrado a vomitar opiniones llenas de odio en las redes sociales. Desde hace tiempo siento que estos canales de comunicación se han convertido en el estercolero de burdos mensajes de muchos/as/es.

“Cínico”; “sidoso vividor”; “payaso”; “HDP”… son algunas de los ataques –algunos muy graves–, que ha recibido el actor y director Eduardo Casanova en sus propias redes sociales a raíz del look que lució en la gala de los Premios Goya del pasado 12 de febrero. No sé vosotres, pero yo ya estoy muy, muy harto de que algunas personas se escuden en la libertad de expresión para vejar a otras, ya sean conocidas por el gran público debido a sus trabajos artísticos como hacia las anónimas. ¡Basta ya! La democracia y el derecho a la libre expresión que esta nos otorga no supone un salvoconducto para insultar y agredir verbalmente.

La democracia y el derecho a la libre expresión que esta nos otorga no suponen un salvoconducto para insultar y agredir verbalmente”.

Hay maneras y maneras de opinar sobre algo. Pongamos un ejemplo caballeroso para este caso concreto de Casanova, –que ha sido, por cierto, una gota más que ha colmado mi vaso–: una cosa es opinar que “esos lazos del vestido son demasiado grandes para mi gusto”, o que “el rosa de su vestido era demasiado chicle“. Incluso si lo prefieres, puedes opinar que “no me ha gustado nada su ropa”. Pero lo que no se debe hacer, y estaría bien que algún día tampoco se pudiera es, bajo ningún concepto y como personas cívicas que asumo somos a estas alturas del siglo, es esputar palabras dañinas y llenas de odio y rebasar con creces los límites de una opinión coherente.

Hubiera estado bien ilustrar el párrafo anterior con más ejemplos textuales, pero en esta web dedicada a la tolerancia y al amor, me niego a ser altavoz reproductor de palabras soeces. Hace tiempo que decidí no leer comentarios de las redes sociales. Ya no me interesa lo más mínimo la opinión de la gente. Parece que estemos obligados/as/es a opinar, y opinar, y seguir opinando continuamente de todo y de todes. Aún así, y a raíz de esta falsa polémica de vestimenta, –una más–, que denota, por cierto, el inmenso tiempo libre con que cuenta más de une –aconsejaría, a propósito, que lo ocupasen con un buen libro–, para escribir estas líneas, he hecho un ultimo esfuerzo y he leído que tenía que decir la gente al respecto del estilismo de Casanova. Como me temía, me he llevado las manos a la cabeza una vez más.

Porque no: expresar nuestra identidad, en el más amplio sentido de la palabra, a través de la ropa, por ejemplo, nunca está fuera de lugar. Nunca. Y mucho menos en un contexto de alfombra roja como lo es la gala de entrega de los Premios Goya. Pero claro, vivimos en una sociedad rodeada de de mentecatos/as/es y de analfabetos/as/es culturales que, ante lo que no entienden, atacan con risa deshonesta y burlona y dejan ver –por cierto, muy orgullosamente–, su limitada calidad humana, prejuicios y sentimiento de inferioridad con exabruptos, crueldad, ensañamiento e intensa coacción al amparo del anonimato digital frente a personas valientes que transgreden la hegemonía heteronormativa y desafían las líneas de lo masculino y lo femenino.

Desde luego, queda patente lo falta que está esta sociedad en educación en la filosofía, las artes, la música, la moda, orientación e identidad de género… y en verdadera democracia. Porque, que no te guste una obra en concreto o no te cuadre una expresión identitaria, no te legitima a usar la palabra como arma arrojadiza. Las palabras pueden sanar, pero también hieren. Tanto o más que un guantazo a mano abierta.

Y mi paciencia, como decía, está colmada porque ya son muches les que están sufriendo este acoso desmedido: Candela Peña, Laura Escanes, Dulceida, Cristina Pedroche, Tania Llasera, Eva Hache… o recientemente Chanel, la ganadora del Benidorm Fest, nuestra representante en el Festival de Eurovisión 2022 en Turín, son solo algunos ejemplos del linchamiento virtual al que se ven sometides. Vamos, que nos comportamos como auténtiques talibanes. Como esos que lapidan, pero a base de palabras.

Sigamos denunciando estos casos. Ante la policía y ante quien haga falta. La fama no abre la puerta a a las opiniones manchadas de oido. La democracia, y la libertad de expresión, no se ejercen atacando y agrediendo.

Hagamos de las redes sociales un espacio más social.

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