Filósofo y Antropólogo en constante autoexamen, abogo por la presencia y cuidado de la Diversidad. Divulgo y acerco el conocimiento a quiénes no tienen acceso a él.
El día 10 de enero se hacía eco de la próxima apertura de un local en Torremolinos cuyas normas de acceso claman “No Drogas, No peleas, No chanclas, No Maricones”. La noticia ha causado revuelo en redes sociales, llevando incluso a la alcaldesa de Torremolinos a posicionarse en contra de estas proclamas: “El odio y la homofobia no tienen cabida aquí”.
Dentro de los constantes debates sobre la identidad Queer, es usual hablar de ella como un conjunto de creencias y compromisos con aquello que consideramos valioso. La prohibición es un acto de autoridad que depende, también, de una serie de valores. El antagonismo entre unos y otros hace de la prohibición algo especialmente doloroso, no por el interés en aquello que prohíbe, sino en la ruptura con los valores constituyentes de una identidad comunitaria. Y si acaso los debates sobre las llamadas Políticas de la Identidad son relevantes, este tipo de noticias permiten hablar de un tipo de dinámicas más específico: la de los grupos disociativos.
Al igual que la Comunidad Queer, en una sociedad pluralista caben otras constituciones identitarias que se afirman a través de su libertad y expresión. Ser uno mismo para diferenciarse, a su vez, de los demás. Y una manera de diferenciarse es señalando a aquellos con los que no les interesa que los relacionen: un grupo disociativo es, precisamente, un grupo con el que no quieres que te asocien. Prohibir la entrada a personas de la Comunidad Queer es un acto disociativo que reitera la gramática señalatoria a la que nos hemos visto sometidas, sometidos y sometides durante siglos. De hecho, es innegable que la ausencia de diversidad identitaria en determinados lugares de poder obedezca precisamente a estos códigos: no asociarse con determinadas políticas de la identidad. Todo en el constante ejercicio de compartimentación de la experiencia humana, negando su pluralidad, impidiendo su crecimiento allí donde se sabe que podría realizar cambios de gran importancia. Tiene sentido que nos quejemos de que nos prohíben la entrada en algunos locales pero ¿acaso no existe una prohibición no escrita, una evidente limitación para que las personas Queer lleguen a puestos de relevancia institucional más importantes?
El caso de la prohibición que nos ocupa no es más que un reflejo cotidiano de una disociación sistemática, y señalar el grano de arena que supone hace todavía más invisible la montaña de desconocimiento en la que vive nuestra sociedad. El local más importante del que tendríamos que tener miedo de que nos excluyan es el de la representatividad institucional y política, donde podemos operar los cambios que cuiden y protejan nuestra identidad. Y pese a que no hay carteles que lo indiquen, la diversidad allí presente sigue siendo tan homogénea que cuestiona, en el fondo, si seguimos hablando de diversidad.
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